Desde que nacemos convivimos con las palabras, primero a través de los oídos y luego para hacernos entender. Nos acompañarán a lo largo del camino convirtiéndonos en personas con los vaivenes de nuestros cambios corporales. Las incorporaremos y desecharemos a través de los años con el propósito de nutrirnos con las mejores. Creceremos en la medida que hagamos uso digno de cada una y las conservaremos hasta el último de nuestros días. Pero hay algo superior a ellas, más poderoso, nuestros silencios. Por eso, el día que puedas percibir el mío con claridad, recién allí comprenderás aquellas palabras que me lastiman cuando callo y ese, sólo ese, será el exacto momento de dejarlas fluir, pues ya no tendré más necesidad de seguirlas guardando.
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